miércoles, 4 de marzo de 2009

Albert Camus: La Misión del Escritor

Texto de apertura del programa. 04/03/09

(*) Discurso pronunciado al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1958.

Al recibir la distinción con que vuestra libre academia ha querido honrarme, mi gratitud es tanto más profunda cuanto que mido hasta qué punto esa recompensa excede mis méritos personales.


Todo hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que él es o quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer vuestra decisión me fue imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre casi joven todavía rico sólo de dudas, con una obra apenas en desarrollo, habituado a vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad, podría recibir, sin cierta especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto, y solo, en plena luz? ¿Con qué estado de ánimo podría recibir ese honor al tiempo que, en tantas partes, otros escritores, algunos entre los más grandes, están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natral conoce incesantes desdichas?


Sinceramente he sentido esa inquietud y ese malestar.

Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme a tono con un destino harto generoso. Y como me era imposible igualarme a él con el sólo apoyo de mis méritos, no ha llegado nada mejor, para ayudarme, que lo que me ha sostenido a lo largo de mi vida y en las circunstancias más opuestas: la idea que me he forjado de mi arte y de la misión del escritor. Permitidme que, aunque sólo sea en prueba de reconocimiento y amistad, os diga, con la sencillez que me sea posible, cuál es esa idea.


Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de toda otra cosa. Por el contrario, si él me es necesario, es porque no me separa de nadie y que me permite vivir, tal como soy, al nivel de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues al artista a no aislarse; muchas veces he elegido su destino más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia sino confesando su semejanza con todos.

El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo a los demás; equidistantes entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso los verdaderos artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar, y sin han de tomar un partido en este mundo, este sólo puede ser el de una sociedad en la que según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual.


Por lo mismo, el papel del escritor es inseparable de difíciles deberes. Por definición, no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si lo consintiera. Pero el silencio de un prisionero desconocido, basta para sacar al escritor de su soledad, cada vez, al menos, que logra, en medio de los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trata de recogerlo y reemplazarlo para hacerlo valer mediante todos los recursos del arte.

Ninguno de nosotros es lo bastante grande para semejante vocación. Pero en todas las circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre de poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificara a condición de que acepte, en la medida de lo posible, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio de la verdad y el servicio de la libertad. Y pues su vocación es agrupar el mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la mentira y a la servidumbre que, donde reinan, hacen proliferar las soledades. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia a la opresión.

(…)

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrías hacerlo, pero su tarea es quizá mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida en la que se mezclan revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden destruirlo todo, no saben convencer; en que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de sus amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que nuestros grandes inquisidores arriesgan establecer para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la alianza. No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado al momento, sabe morir sin odio por ella.


Es esta generación la que debe ser saludada y alentada donde quiera que se halla y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra segura aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabáis de hacerme.


Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros de lucha, vulnerable pero tenaz; injusto pero apasionado de justicia; realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y la belleza; consagrado, en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.

¿Quién, después de esos, podrá esperar que él presente soluciones ya hechas y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse predicador de virtud? En cuanto a mí, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad y esperanza de volverlos a vivir.


Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos límites, a mis deudas y también a mi fe difícil, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabáis de hacerme. Más libre también para deciros que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando en el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Sólo me resta daros las gracias, desde el fondo de mi corazón, y haceros públicamente, en prenda de personal gratitud, la misma y vieja promesa de felicidad que cada verdadero artista se hace a sí mismo, silenciosamente, todos los días.


(Fuente: Virginia Parodi; http://www.paganpoetryofmine.blogspot.com/)

viernes, 13 de febrero de 2009

Intelectuales y experiencia

Texto leído en la apertura de La Solapa el 11/02.

Por Damián Tabarovsky (publicado en Suplemento Cultural del Diario Perfil, Domingo 08 de Febrero de 2009)



Damián Tabarovsky


Hace casi veinte años vivía en París y trabajaba de dar clases de castellano. Era un empleo más bien tranquilo: alumnos de nivel avanzado que no querían perder el idioma, empresarios que tenían que viajar a Latinoamérica a ocupar cargos en las empresas privatizadas, jóvenes que, en un viaje, se habían enamorado de un español o española y que querían hablar en la lengua de su amado o amada. La mayoría de las clases eran almuerzos en restaurantes elegantes (pagados por el instituto que me contrataba) y por lo general charlábamos de política, deportes, cine. Mi función residía simplemente en corregir algún error o darle alguna tarea para el hogar. Uno de esos ejercicios consistía en traducir un artículo, precisamente de la sección deportiva, de un diario argentino. Trabajé casi once meses, y en ese tiempo ningún alumno, ni uno solo, pese a su alto nivel, logró traducir esta frase: “La mató con el pecho y de volea la clavó en el segundo palo”. Es curioso, porque el fútbol es el deporte más popular del mundo, y sin embargo los diarios y las revistas especializadas están escritos con un lenguaje altamente sofisticado, por momentos críptico, inaccesible para el que no conoce del tema. E inclusive las conversaciones cotidianas –el lenguaje oral– están también cargadas de frases en clave y códigos secretos. ¿River va a jugar con un 4-4-2 o con un 4-3-1-2? ¿Es lo mismo un lateral-volante que un carrilero? ¿Ya no hay más enganches? Tengo al menos una decena de amigos que, puedo asegurar, no entendieron una palabra de las preguntas que acabo de hacer. Frente a esto, siempre me surge una duda: ¿por qué está aceptado que cuando se habla o se escribe sobre fútbol pueda utilizarse la lengua en su versión más sofisticada y, en cambio, cuando se habla o se escribe sobre temas culturales muchas veces se exige que sea entendible por todos, incluso por los que no les interesa la cultura?

Aparece inmediatamente la figura del intelectual/cartero, aquel que se presupone capaz de llevar la cultura “para todos”. Como si la cultura estuviera en un lugar, y su tarea fuera acarrearla, repartirla, transportarla hacia zonas y poblaciones donde no habría cultura. En nombre de esa supuesta democratización se encierra una idea aún más elitista y aristocrática (unos tienen cultura y otros no). Ocurre que por debajo de esas falsas buenas intenciones, el intelectual/cartero en verdad intenta disimular lo que es bien sabido: que su formación es muy escueta. Hay algo que no deja de sorprenderme, pese al paso del tiempo: la cantidad impresionante de intelectuales, escritores, ensayistas, profesores que no leen (o que leen muy poco). Estoy convencido de que una película se disfruta más si antes se vieron cien otras películas. Que un libro se vuelve más interesante si antes leímos muchos y muchos otros libros. Que ver una pintura se hace más rica si antes vimos otras obras.

El actual parece ser un tiempo en el que basta con la experiencia (concepto sobredeterminado si los hay y que, sin embargo, siempre es descripta de la forma más trivial): un escritor vive en un suburbio, toca la guitarrita, juega al fútbol, y lo suyo sería entonces simplemente “contar esa experiencia” sin necesidad de tener un pensamiento crítico sobre la lengua, sobre la tradición literaria, sobre el campo intelectual, sobre la sintaxis. “Cuenta lo que le pasa” y listo. O también: el intelectual supuestamente crítico del habla mediático, y que sin embargo va trazando sus intervenciones en función de la agenda de los medios: hoy un artículo sobre Cromañón, mañana uno sobre los 70, ayer otro sobre el conflicto en Gaza, sosteniendo su pensamiento (es decir: no sosteniendo ningún pensamiento) otra vez en la experiencia y en su opinión personal (una para cada tema), desprovisto del rigor de la lectura, de la relectura, de la puesta a examen de sus interpretaciones pasadas, del armado de una red teórica. Como pocas veces, éste es un tiempo populista y antiintelectual.

jueves, 12 de febrero de 2009

Declaran de Interés Municipal al IVº Encuentro de Escritores "Esquel Literario 2009"

Mediante Resolución 301/09

El intendente de Esquel Rafael Williams, declaró de "Interés Municipal", la realizción del IVº Encuentro de Escritores "Esquel Literario 2009", que se llevará a cabo en el mes de mayo próximo.
Con esta medida, adptada mediante la Resolución Nº 301/09, con fecha del pasado 2 de febrero, el Encuentro de Escritores cuenta con el aval institucional necesario para emprender sus etapas de organización definitiva.
Si bien el Programa Esquel LIterario forma parte de las acciones que desarrolla la Subsecretaría de Cultura y Educación de Esquel, la citada Resolución es una herramienta esencial para facilitar las gestiones tendientes a asegurar la presencia de los invitados procedentes desde otras regiones.

martes, 10 de febrero de 2009

La Solapa - miércoles 4 de Feb

Recibimos a la excelente poeta Ludmila Lamanna


















Gracias Mauro Mateo, por los post en "Ego Nono Fui" (http://egononfui.blogspot.com/

La Solapa . Miércoles 28 ENERO









viernes, 30 de enero de 2009

La leyenda de "La Solapa"

Ariel Puyelli

La Solapa - miércoles 21 de enero de 2009


Cuentan que es una vieja muy fea que en las tardes de mucho calor, cuando el sol abraza y en los pueblos o en el campo nadie sale, se pone al acecho de gurises que osen salir de sus casas. Cuando encuentra uno de ellos a esas horas, lo encanta haciéndolo caminar para alejarlos y lo atrapa envolviéndolo en los quince volados que tiene su vestido blanco y se los lleva. Algunos dicen que vuela y lanza los chicos desde las alturas, otros que se adentra en el monte y deja a los niños abandonados a la merced de animales feroces y alimañas. Es muy alta y fea y los niños que atrapa jamás la olvidan y sufren de por vida con terribles pesadillas que no se pueden curar.

……………………………………………………………………………………………

Para algunos, fue un rito. Para otros, un mero trámite. Quizás para algunos no haya sido ni una ni otra cosa, sino una advertencia terrible que despertaba los temores más profundos.

La sentencia materna “si no vas a dormir la siesta, te va a agarrar la solapa” sonó en muchas casas de las provincias de nuestro país en las tardes de verano; ésas que invitan a los chicos a explorar las calles desiertas de adultos que duermen la siesta sin temores y adueñarse del mundo real para convertirlo en su mundo de fantasía.

Momento mágico del día, la siesta siempre fue un paréntesis muy especial para los chicos.

Mis padres jamás necesitaron tercerizar las amenazas. Siempre tomaron el toro por las astas. O dicho de otra manera: siempre quedó claro que ni siquiera la solapa debía interrumpir su siesta.

Mis cinco hermanos y yo no debíamos alborotar la siesta o éramos pasibles de un castigo más ejemplar que el que una vieja vestida de blanco nos encantara y nos hiciera sufrir tormentos que durarían toda nuestra vida.

Esas siestas, en la infancia, fueron los momentos en los que con más entusiasmo me dejaba encantar por las aventuras de mis amigos héroes. En el sopor del verano, viajaba a islas misteriosas, palacios tenebrosos y lugares remotos de la mano de una banda de personajes que a la solapa le hubieran dado la paliza de su negra vida. Los libros de aventuras se escurrían entre las manos y los viajes a la biblioteca popular, a dos cuadras de casa, eran más frecuentes que en la época de clases.

Hoy las cosas cambiaron: los padres ya no le temen al sol de la siesta. Saben que los niños pueden estar protegidos de los peligros del sol calcinante con cremas especiales (¿serán cremas anti solapa?). Y los niños eligen otros entretenimientos antes que salir a las calles a buscar mundos de fantasías.

Cuando Gustavo De Vera sugirió el nombre de este programa, “La solapa”, lo primero que vino a mi mente fue ese instante de la niñez. Luego, la obviedad de ese sector de los libros que nos aporta información.

Yo no sé si la solapa existe. Si es una vieja vestida de blanco o un señor sin cabeza o con una cabeza chiquita, con un abrigo enorme y unas solapas así de grandes, como lo imaginé siempre. Lo que sí sé es que, si en verdad existe, los libros me protegieron de su hechizo malvado. Pude conocer a otros personajes más poderosos que él. Y tuve la posibilidad de aprender a defenderme de ellos gracias a las artes de mis héroes.

La duda que me queda es si me perdí la oportunidad de conocer en carne y hueso un personaje legendario.

La idea de este programa dentro de otro programa es llevarte a tu casa o tu lugar de trabajo, personas, personajes, historias de vida y de ficción, que te encanten o al menos que te interesen lo suficiente como para buscarlos en los libros.

A la hora de la siesta. O cuando tengas ganas, sin amenazas.

Pochoclo e identidad

Gustavo De Vera

La Solapa - Miércoles 28 enero 2009.

El otro día la escuchaba a la Panchi, leyendo su poema “mujeres de maíz”, y me vino a la mente una conversación que tuve hace algunos años con un director de cine de Buenos Aires.

Cruzando aquella conversación y estas “mujeres de maíz” de Panchi Ocampo, se me ocurrió pensar en algo que terminó siendo un interesante juego de palabras: maíz-identidad-americana; maíz-pochoclo; pochoclo-cine-norte-americano; cine-identidad.

Vea, la cosa es más o menos así:

Conocí a este director de cine, Nemesio es su nombre, a fines de 2004 en Buenos Aires.

Me contó entonces algo que me sorprendió: una de las mayores distribuidoras de películas de todo el mundo había sido comprada por el más grande productor de maíz de los Estados Unidos.

¿Qué tiene que ver el maíz con la distribución de películas? Lo mismo me preguntaba yo.

La respuesta parece sencilla: lo que usted paga por una entrada de cine se reparte entre muchos: el dueño del cine, la compañía que distribuye la película, los Estudios que la hicieron; los productores que invirtieron el dinero para hacerla…etc.

En definitiva, por cada entrada de cine, ninguno se lleva más del 20% y algunos mucho menos.

Pero con cada entrada de cine nos compramos un paquetito de pochoclo, costumbre que también importamos cada vez más por ver películas donde la gente que mira películas come pochoclo.

En la cadena que va de la producción de maíz hasta la venta del pochoclo, la cosa es más simple: si usted es dueño del maíz, y también del pochoclero, puede estar seguro que tendrá una ganacia del 90%.

Se entiende?

Así que este señor, dueño del imperio del maíz en los EEUU, hizo un negocio redondo.

Ahora bien: en Argentina, el 90% de las pantallas de cine de todo el país proyectan películas de origen norteamericano, de las cuales, la inmensa mayoría son distribuidas por este señor de los pochoclos. El 10% restante lo componen las películas que proceden de otros países y también las argentinas

Es decir: vemos en el cine lo que a este señor le interesa que veamos para poder vender más de su bendito maíz.

¿Eso es malo? También me lo preguntaba. Y entonces recordé una vieja canción de Piero llamada, precisamente, “Los Americanos”: Decía Piero en esa canción: “si sabemos historia/ no es por haber leído/ sino por haberla visto/ en el cine americano” (dónde habrá quedado aquél Piero, me pregunto).

Este amigo, director de cine, me explicó lo que para él era realmente jodido: “el cine es una gran máquina de fabricar sueños”, me dijo. Pero no sólo eso: “el cine, y también el cine que vemos en la televisión, son una fantástica máquina para trasladarnos a mundos que no conocemos, para identificarnos con personajes de ficción, con el bueno de la película; para mostrarnos situaciones irreales como si fueran verdad; pero también para hacernos pensar en cosas que a veces no tienen nada que ver con nosotros”.

Me explicó, este amigo director de cine, que él no cree necesariamente en esas cosas conspirativas, en una mano negra tratando de dominarnos a través de sus películas. Es más simple, pero también más complicado de revertir: “los yanquis hacen pelis para vendérselas a ellos mismos, y después al resto del mundo, donde facturan a veces menos que en el mercado norteamericano. En esas películas, ellos se muestran sus cosas, sus costumbres, su visión del mundo, sus problemas, sus fantasmas, sus valores, sus miserias y sobre todo, sus sueños. Incluso en las muy buenas películas, que las tienen, y con los muy buenos directores, que también los tienen. No es un problema de ellos”.

Me pregunté entonces, después de cincuenta años de estar inundados en nuestro país con las películas norteamericanas en los cines y en la tele que también tiene modelos extranjeros, cómo son nuestros sueños.

Entonces me preocupé más aún. No es difícil darse cuenta que nuestros problemas, nuestras aspiraciones, nuestros deseos, nuestras utopías, en definitiva: que nuestra identidad, las más de las veces se parecen mucho a lo que sueñan y sienten los personajes de las películas.

Pero, ¿son realmente nuestros sueños?

Dándole vueltas a esto, también me pregunté cómo andamos por nuestro país: si no estaremos repitiendo el mismo esquema, pero esta vez desde Buenos Aires hacia el interior; si no nos estamos haciendo la idea de que en Esquel, en Chubut, en Río Negro, en Santa Cruz, se puede vivir como se vive en la Capital Federal.

¿Está nevando? ¡Suspendamos las clases! (Por poner sólo un ejemplo. Como si la nieve fuera aquí un fenómeno excepcional).

Pensemos dedicadamente cuánto de lo que somos, de lo que queremos ser; cuánto de nuestros deseos, encuentran un reflejo en esos modelos que nos proponen las pelis, pero también las publicidades de la tele, los documentales de Discovery Chanel o Nacional Geographic.

Porque entonces, vuelvo a preguntarme si gran parte de nuestras frustraciones tienen que ver con eso:

- ¿No será que estamos pretendiendo vivir una vida que no es la nuestra?

- ¿No será que estamos buscando soluciones a problemas que no tenemos?

- ¿No será que no estamos atendiendo nuestros propios problemas porque, si no están en la tele o en el cine, entonces no existen?

- ¿No será que podríamos tener otra forma de celebrar una fiesta de quince años que no sea una representación patética de lo que vemos en las pelis y en la tele?

- ¿No será que la felicidad puede tener aquí, en Esquel, en la Patagonia, y en África, o en algún país cualquiera, con su propia cultura, otra forma que no sea la que viene con el auto último modelo ni con las chicas de bajas calorías (bajas calorías, justo aquí!)?

- ¿No será que nuestra escala de valores ya no tiene valores, sino el precio que el mercado les cambia todos los días?

La lista de preguntas podría seguir hasta el infinito, pero no quiero cansarlo: Las frustraciones lo esperan esta noche debajo de su almohada.

Ahora, ¿qué tiene que ver eso con los libros? ¿Y con la literatura que se escribe en Patagonia?.

Mire: como primera instancia, es más fácil escribir un libro que hacer una película. Para empezar.

Antes que el cine, era y es la literatura la que nos trasladaba a otros mundos y otras culturas, lo que nunca es malo, si uno sabe quién es, de dónde viene y a dónde va.

En nuestro territorio, la producción literaria es abundante. Poco difundida, claro, porque la industria editorial es como la cinematográfica: En este caso el 90% de las editoriales están en manos de capitales extranjeros, y publican aquello que pueden vender más rápido y reemplazar a la semana siguiente. Es decir: nos venden el papel.

Pero si uno busca un poco, verá que se encuentra y mucho, de autores patagónicos de excelente nivel, cuyas obras, novelas, poesía, ensayo, narrativa, nos hablan a nosotros, de nosotros mismos. Esas obras son capaces de mostrarnos en nuestra desnudez, y en nuestras virtudes. Nuestros sueños y pesadillas. No pienso en un “Canon” ni en una promoción barata de literatura regional.

Digo: allí cerca, al alcance de la mano, tenemos una posibilidad cierta de descubrirnos nosotros mismos y cómo nos integramos con otros.

Lamentablemente, son contados con los dedos los educadores que conocen la literatura de la patagonia, y por lo tanto se neutralizan ellos mismos como responsables de transmitir una cultura a través de la educación.

Como mi amigo, el director de cine, no creo que existan planes imperialistas para robarnos los sueños.

Pero si los hubiera, me preocupan mucho menos que el darnos cuenta de nuestro propio talento para el abandono.

Hágame caso: en cuanto se cruce en la calle con un vecino; con el almacenero, o la cajera del supermercado, de la farmacia; Cuando se mire al espejo, pregúntese “¿con qué sueña? ¿Qué deseos tendrá? ¿Qué será lo más importante en su vida?”

Porque de la suma de todos esos deseos, sueños y valores, está hecha nuestra comunidad. Y así vivimos como vivimos.

Mientras tanto, para tratar de dormir sin miedo a las frustraciones: siempre tengo un libro bajo mi almohada.