viernes, 30 de enero de 2009

Pochoclo e identidad

Gustavo De Vera

La Solapa - Miércoles 28 enero 2009.

El otro día la escuchaba a la Panchi, leyendo su poema “mujeres de maíz”, y me vino a la mente una conversación que tuve hace algunos años con un director de cine de Buenos Aires.

Cruzando aquella conversación y estas “mujeres de maíz” de Panchi Ocampo, se me ocurrió pensar en algo que terminó siendo un interesante juego de palabras: maíz-identidad-americana; maíz-pochoclo; pochoclo-cine-norte-americano; cine-identidad.

Vea, la cosa es más o menos así:

Conocí a este director de cine, Nemesio es su nombre, a fines de 2004 en Buenos Aires.

Me contó entonces algo que me sorprendió: una de las mayores distribuidoras de películas de todo el mundo había sido comprada por el más grande productor de maíz de los Estados Unidos.

¿Qué tiene que ver el maíz con la distribución de películas? Lo mismo me preguntaba yo.

La respuesta parece sencilla: lo que usted paga por una entrada de cine se reparte entre muchos: el dueño del cine, la compañía que distribuye la película, los Estudios que la hicieron; los productores que invirtieron el dinero para hacerla…etc.

En definitiva, por cada entrada de cine, ninguno se lleva más del 20% y algunos mucho menos.

Pero con cada entrada de cine nos compramos un paquetito de pochoclo, costumbre que también importamos cada vez más por ver películas donde la gente que mira películas come pochoclo.

En la cadena que va de la producción de maíz hasta la venta del pochoclo, la cosa es más simple: si usted es dueño del maíz, y también del pochoclero, puede estar seguro que tendrá una ganacia del 90%.

Se entiende?

Así que este señor, dueño del imperio del maíz en los EEUU, hizo un negocio redondo.

Ahora bien: en Argentina, el 90% de las pantallas de cine de todo el país proyectan películas de origen norteamericano, de las cuales, la inmensa mayoría son distribuidas por este señor de los pochoclos. El 10% restante lo componen las películas que proceden de otros países y también las argentinas

Es decir: vemos en el cine lo que a este señor le interesa que veamos para poder vender más de su bendito maíz.

¿Eso es malo? También me lo preguntaba. Y entonces recordé una vieja canción de Piero llamada, precisamente, “Los Americanos”: Decía Piero en esa canción: “si sabemos historia/ no es por haber leído/ sino por haberla visto/ en el cine americano” (dónde habrá quedado aquél Piero, me pregunto).

Este amigo, director de cine, me explicó lo que para él era realmente jodido: “el cine es una gran máquina de fabricar sueños”, me dijo. Pero no sólo eso: “el cine, y también el cine que vemos en la televisión, son una fantástica máquina para trasladarnos a mundos que no conocemos, para identificarnos con personajes de ficción, con el bueno de la película; para mostrarnos situaciones irreales como si fueran verdad; pero también para hacernos pensar en cosas que a veces no tienen nada que ver con nosotros”.

Me explicó, este amigo director de cine, que él no cree necesariamente en esas cosas conspirativas, en una mano negra tratando de dominarnos a través de sus películas. Es más simple, pero también más complicado de revertir: “los yanquis hacen pelis para vendérselas a ellos mismos, y después al resto del mundo, donde facturan a veces menos que en el mercado norteamericano. En esas películas, ellos se muestran sus cosas, sus costumbres, su visión del mundo, sus problemas, sus fantasmas, sus valores, sus miserias y sobre todo, sus sueños. Incluso en las muy buenas películas, que las tienen, y con los muy buenos directores, que también los tienen. No es un problema de ellos”.

Me pregunté entonces, después de cincuenta años de estar inundados en nuestro país con las películas norteamericanas en los cines y en la tele que también tiene modelos extranjeros, cómo son nuestros sueños.

Entonces me preocupé más aún. No es difícil darse cuenta que nuestros problemas, nuestras aspiraciones, nuestros deseos, nuestras utopías, en definitiva: que nuestra identidad, las más de las veces se parecen mucho a lo que sueñan y sienten los personajes de las películas.

Pero, ¿son realmente nuestros sueños?

Dándole vueltas a esto, también me pregunté cómo andamos por nuestro país: si no estaremos repitiendo el mismo esquema, pero esta vez desde Buenos Aires hacia el interior; si no nos estamos haciendo la idea de que en Esquel, en Chubut, en Río Negro, en Santa Cruz, se puede vivir como se vive en la Capital Federal.

¿Está nevando? ¡Suspendamos las clases! (Por poner sólo un ejemplo. Como si la nieve fuera aquí un fenómeno excepcional).

Pensemos dedicadamente cuánto de lo que somos, de lo que queremos ser; cuánto de nuestros deseos, encuentran un reflejo en esos modelos que nos proponen las pelis, pero también las publicidades de la tele, los documentales de Discovery Chanel o Nacional Geographic.

Porque entonces, vuelvo a preguntarme si gran parte de nuestras frustraciones tienen que ver con eso:

- ¿No será que estamos pretendiendo vivir una vida que no es la nuestra?

- ¿No será que estamos buscando soluciones a problemas que no tenemos?

- ¿No será que no estamos atendiendo nuestros propios problemas porque, si no están en la tele o en el cine, entonces no existen?

- ¿No será que podríamos tener otra forma de celebrar una fiesta de quince años que no sea una representación patética de lo que vemos en las pelis y en la tele?

- ¿No será que la felicidad puede tener aquí, en Esquel, en la Patagonia, y en África, o en algún país cualquiera, con su propia cultura, otra forma que no sea la que viene con el auto último modelo ni con las chicas de bajas calorías (bajas calorías, justo aquí!)?

- ¿No será que nuestra escala de valores ya no tiene valores, sino el precio que el mercado les cambia todos los días?

La lista de preguntas podría seguir hasta el infinito, pero no quiero cansarlo: Las frustraciones lo esperan esta noche debajo de su almohada.

Ahora, ¿qué tiene que ver eso con los libros? ¿Y con la literatura que se escribe en Patagonia?.

Mire: como primera instancia, es más fácil escribir un libro que hacer una película. Para empezar.

Antes que el cine, era y es la literatura la que nos trasladaba a otros mundos y otras culturas, lo que nunca es malo, si uno sabe quién es, de dónde viene y a dónde va.

En nuestro territorio, la producción literaria es abundante. Poco difundida, claro, porque la industria editorial es como la cinematográfica: En este caso el 90% de las editoriales están en manos de capitales extranjeros, y publican aquello que pueden vender más rápido y reemplazar a la semana siguiente. Es decir: nos venden el papel.

Pero si uno busca un poco, verá que se encuentra y mucho, de autores patagónicos de excelente nivel, cuyas obras, novelas, poesía, ensayo, narrativa, nos hablan a nosotros, de nosotros mismos. Esas obras son capaces de mostrarnos en nuestra desnudez, y en nuestras virtudes. Nuestros sueños y pesadillas. No pienso en un “Canon” ni en una promoción barata de literatura regional.

Digo: allí cerca, al alcance de la mano, tenemos una posibilidad cierta de descubrirnos nosotros mismos y cómo nos integramos con otros.

Lamentablemente, son contados con los dedos los educadores que conocen la literatura de la patagonia, y por lo tanto se neutralizan ellos mismos como responsables de transmitir una cultura a través de la educación.

Como mi amigo, el director de cine, no creo que existan planes imperialistas para robarnos los sueños.

Pero si los hubiera, me preocupan mucho menos que el darnos cuenta de nuestro propio talento para el abandono.

Hágame caso: en cuanto se cruce en la calle con un vecino; con el almacenero, o la cajera del supermercado, de la farmacia; Cuando se mire al espejo, pregúntese “¿con qué sueña? ¿Qué deseos tendrá? ¿Qué será lo más importante en su vida?”

Porque de la suma de todos esos deseos, sueños y valores, está hecha nuestra comunidad. Y así vivimos como vivimos.

Mientras tanto, para tratar de dormir sin miedo a las frustraciones: siempre tengo un libro bajo mi almohada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario